Hola, es probable que si estás leyendo esto es porque te dio curiosidad el taller y la neta eso me da mucho gusto, te invito a que sigas leyendo. Mira, el asunto está así: hice este taller para que inventemos historias basadas en obras de arte, facilito ¡No dejes que la palabra écfrasis te asuste! Mi error de incluir esa palabrita, pero aquí te la epxlicao a grandes rasgos, no te preocupes. Dejando eso claro, te invito que te acerques a la sesión cuando quieras, sin importar si ya no pudiste entrar a la sesión de romanticismo o a la de surrealismo, tú súbete al barco sin importar qué tan cerca o lejos estemos a la conclusión del taller. Siempre hay algo nuevo que aprender cuando se trata de arte y en esta ocasión te invito a que aprendamos juntos.
En esta página encontrarás toda la información sobre el taller, pero las importantes:
El siguiente documento condensa la información de esta página en un documento pdf. En él puedes encontrar los enlaces a las sesiones y al grupo de Whatsapp:
El siguiente texto forma parte de un proyecto de escritura creativa y compilación en donde abordo la exploración sentimental y sexual de personajes LGBT+, en especial los bisexuales. Más en «Sobre gritos y silencios» y Sweek.
El abdomen de Cristo
Cuando Ignacio cumplió doce años pidió que le regalaran una Biblia.
— ¡Pero si hay tres aquí en la casa, hijo! ¡Pide otra cosa, anda! ¿Qué quieres?
Tal vez su padre quería que su hijo pidiera algo más común, algún obsequió más acorde a los niños de su edad. Prefería no ver esa extraña petición como una de esas «señales» de las que decía su compadre acerca de los niños jotos. «No, Ignacio no es joto… », pensó. Sonreía nervioso, parecía que el futuro de su hijo dependiera de esa respuesta, pero el pequeño no decía nada.
— ¿Qué te parece si te traigo otra cosa? Es más, no te voy a decir qué es, para que sea una sorpresa, ¿va?— dijo con un tono que buscaba aprobación.
Ignacio asintió y sonrió, pensó que este gesto tranquilizaría a su papá. Y así fue, la sonrisa del pequeño hizo que los hombros del padre se relajaran y dejó de sentir que estaba obligando a su hijo a hacer algo que no quería. Luego de un breve intercambio de miradas, el niño dio la media vuelta y se dirigió al patio.
Ignacio sabía que lo que hubiera en esa caja, le serviría para cumplir el deseo que tenía en mente cuando apagó la llama de las doce velas de su pastel. Era una caja cuadrada de tamaño medio, desgarró el papel con una violencia descontrolada. Cuando al fin descubrió el regalo que le había hecho su padre, sólo le tomó un microsegundo construir la emoción.
—Te acompañaré los primeros días, y ya luego tú irás al campo para practicar solito.
Esa tarde recibió más de un balón, contando el de su padre, fueron siete pelotas obsequiadas: cuatro de futbol, dos de beisbol y una de basquetbol.
El primer mes fue todos los días al campo, al inicio lo acompañó su padre, luego empezó a ir con un compañero de su escuela. Hubo un par de ocasiones en donde Ignacio participó en partidos amistosos. Era inevitable ver el nato potencial del niño al jugar. Parecía disfrutar mucho del futbol, de hecho, en alguna ocasión recibió un elogio de parte de su padrino.
— ¡Si te viera tu mami, Ignacio! ¡Se sorprendería del buen artillero que te puedes convertir! Ve nomás como se lleva la pelota y se burla a todos, compadre— gritó entre risas mientras cabalgaba junto al papá de Ignacio y los demás rancheros.
Un par de meses más habían transcurrido e Ignacio aún recordaba el deseo de su cumpleaños, pero tenía miedo.
Había mucha oscuridad y hoy sí sería el día. Se sentía culpable y solo, las palabras resonaban con fuerza en su cabeza. Algo no lo dejaba en paz. Sentía un hormigueo en las manos, cosquillas debajo del ombligo y ganas de orinar a pesar de que acababa de ir al baño. Simplemente le era imposible dormir. El corazón le latía con fuerza, recordaba la misa de ese domingo. Reprimía ciertas imágenes, como siempre lo había hecho, porque sabía que estaba mal pensar en eso. Ante este remolino de inquietudes mentales y físicas, corrió al gabinete y sacó la Biblia, pensó que eso funcionaría. Encendió su lámpara de noche y empezó a leer, pero Ignacio estaba interesado en una página particular. Mientras pasaba las páginas, leía de reojo los versículos de inagotable amor, de incomparable cólera y compasión, del padre y del hijo. Pensaba en el hombre con la corona de espinas, siguió pasando las páginas hasta que se detuvo: una ilustración a color de Jesús crucificado. Veía esa delgada complexión muscular, era extraño; veía caer la sangre, era hermoso. Endureció los labios y tragó saliva, era un pecado.
Colocó el libro sobre su cama, se arrodilló en el suelo y juntó sus manos. Temblaba. Rezaba para sí mismo. Luego de un largo rato, en el hueco y silencio del pequeño cuarto se escuchaba un casi inaudible:
—Amén…
Abrió los ojos y separó las manos, una la colocó sobre la imagen de su salvador y la otra la dirigió sobre su pantalón en la extraña tensión que sentía en su miembro. Recorrió desde el clavo y la palma sangrienta izquierda, hacia el brazo, lento y más lento porque simultáneamente hacía movimientos sutiles sobre su pantalón. Cuando su mano pasó por el abdomen de Cristo sintió un golpe en el centro del cuerpo, un frío estremecimiento y volvió a tener miedo. Rapidamente cerró el libro y se refugió en las cobijas, sólo se escuchó la Biblia caer en el suelo y sus jadeos entrecortados.
Eso fue lo más cercano por consumar aquel deseo de cumpleaños.
El siguiente texto forma parte de un proyecto de escritura creativa y compilación en donde abordo la exploración sentimental y sexual de personajes LGBT+, en especial los bisexuales. Más en «Sobre gritos y silencios» y Sweek.
Se cubrió la cara con su sábana. «¡Puta, sábana!», pensó mientras la aventaba lo más lejos posible. Queda a un lado de él, sabe que la va a necesitar. El calor de los últimos días bochornosos de la ciudad había quedado impregnado en la tela. Era su sudor, un sudor seco, sudor con un aroma a «cosas que te hacen sudar». Estaba encabronado y se enojaba más al no tener un motivo concreto por el que estar encabronado. Sus pensamientos se dirigían hacia un tiradero de malas vibras por querer empezar a rastrear su presunto «odio» contenido de un tiempo para acá. Pero le daba miedo verbalizar tantas pendejadas, tanto odio trivial que ni siquiera era odio, sino un enfado y decadencia rutinaria.
Ese día usó un cubrebocas y todo el día las palabras rebotaban en esa cosa que estaba obligado a usar para no contagiar a nadie. Se tragó cada sílaba no pronunciada. Si nuestra opresión fuera tan visible como un cubrebocas, las cosas serían distintas. No quería tirar tanta basura, no quería envenenar su espíritu, ¿verdad? Pero sí lo quería, tanto como el querer dejar de usar un cubrebocas durante esa exposición de la cual ni siquiera estudió porque un día antes se estaba retorciendo en la cama de un maldito dolor de anginas. Ah, pero en ese momento cómo deseó quitarse el cubreboca, hacer que sus compañeros hicieran fila para escupirles en la cara uno a uno. Los odiaba, más a esa chica alternativa y depresiva. Quería escupirles a todos en grupo, porque así los odiaba mejor, ya que si se encontraba a solas con uno, su odio se fragmentaba y a veces se daba cuenta que individualmente, mucho de ellos le caían bien. Debía ser equitativo y odiarlos a todos por parejo.
Pensó que si tal vez no hubiera dejado de practicar yoga, nada de esto estuviera ocurriendo. Sólo le bastaría un momento de meditación y respiración para que el dolor y los pensamientos malos se fueran o disminuyeran. Tal vez se iría a Youtube para teclear YogaWithAdriene porque el pobre infeliz ni siquiera llevaba clases de yoga con alguien que le pudiera decir «Wey, tu perro boca abajo está hecho una mierda… como tú». En fin, la meditación hubiera sido una salida más limpia, más zen-sata, pfff se pendejeó al pensar en ese juego de palabras. Aunque muy dentro de él, sabía que lo que se avenía era algo que iba a disfrutar. Sentía el derecho de maldecir ese pinche agujero de mierda donde vivía, las putas paredes despintadas con rayones que hizo algún estudiante pendejo que logró graduarse con un promedio de 8.3 de alguna ingeniería equis, si es que se graduó. El pinche dolor y fatiga le daba ideas ingeniosas de como mandar a la chingada a cualquiera que se le acercara en las próximas horas. La comida no sabía a nada, ¿qué perra enfermedad le quita el sabor a las cosas de esa manera? El tiempo es uno pero no mames, el tiempo a veces ni lo sientes, en cambio esta chingadera me alteraba el gusto de un día para otro. Mi gusto se volvió sensible a lo dulce y lo salado. El pinche burro de asada de la cooperativa era un asco, al igual que la puta limonada.
A ratos, justo cuando las maldiciones se ponían buenas en si cabeza, había un punto de quiebre que me devolvía solo para arrancar de nuevo. Sentía morir y el cubreboca sólo desnudaba y cogía con las ideas vírgenes de mi mente. En 24hrs usaría uno diferente, ya saben, cuestiones de higiene. Así debería ser todo, pasar de un empaque al uso y del uso al desuso. Conocer-desconocer, coger-descoger (coger de nuevo pero diferente, con nostalgia de haber cogido ya), vivir-morir. Escucho mi nombre, lo ignoro. Me pregunto cosas, pero una voz sigue chingando en mi cabeza. Me quito el cubrebocas y levanto la cabeza
-¡¿Qué chingados quieren?!- lo grito en desahogo como si fuese el cierre del ritual «tirar mierda».
Oigo unos «qué pedo», estaban pasando lista y me estaban hablando. La chica que me cae mal me ve de reojo con desdén, ha de pensar que le estoy haciendo competencia de quien es el más «véanme a mí». Si supiera que no tiene nada de que preocuparse.
Pienso en regresar la cabeza para seguir descansando pero la vergüenza me embarga y mejor tomo la jeringa, la dosis de penicilina y salgo del aula. Me toca esta y otras dos inyecciones más en las nalgas. De la nada, esta enfermedad se volvió interesante. Camino y me paseo, así como me paseo de un narrador en tercera persona a uno en primera. Me quito el cubreboca para poder escupir.
Autor: Pablos, Cecilia
Título: Las buenas noches de las vírgenes
Fecha de publicación: Abril 2017
País: México
Editorial: Instituto Sinaloense de Cultura. Serie Ex-Libris
Formato: Físico
No. Páginas: 92 páginas
Género: Narrativa, cuento, fantástico.
Sinopsis
Este libro de relatos explora un mundo que, en los límites de la realidad, parece desgajarse de entre los sueños y las pesadillas: todo aquello que percibimos, nos dice la autora, debe ser objeto de sospecha: en nada podemos creer ciegamente porque toda apariencia, como escribió Juan Filloy, oculta en su seno una serpiente.
Así, entre las derivas del desamor, el abandono y el silencio, los personajes de Las buenas noches de las vírgenes han asimilado la pesadilla como si se tratara de la vida misma y juegan con sus reglas sin cuestionarlas: somos nosotros, los lectores, quienes desde fuera de esta mascarada atestiguamos el absurdo del cual también formamos parte. Cecilia Pablos logra, en este libro de relatos, que la función poética se haga presente en la narrativa: al despertar no sabemos si el sueño y la pesadilla siguen acechándonos sin remedio.
Reseña
Compuesto por 16 cuentos y acompañado de 7 ilustraciones, Las buenas noches de las vírgenes es una exploración de voces poéticas que desnudan realidades para vestirlas de fantasía y construcciones oníricas. Cuentos que se pasean alrededor de diversas situaciones de violencia, amor y abandono. Vemos a la autora jugar con mundos propios y confeccionar otros mundos preexistentes en la literatura pero con el aporte de su estilo de voces enigmáticas y espacios etéreos. Cuentos que contorsionan al personaje bíblico David y a Alicia, la habitante de ese país de maravillas y les brinda nuevos matices en un cuento para cada uno. Sigue leyendo Reseña: «Las buenas noches de las vírgenes» de Cecilia Pablos
Ayer en la noche me troné los dedos. Uno a uno, y ante cada tronido retumbaba un deseo incumplido. Esa noche no sabía si fue la costumbre de tronarlos o un acto de contención el que hizo que del coraje intentara arrancarme los dedos. Mi orgullo congeló toda iniciativa por recorrer mis manos por tu piel, de unir las estrellas de tu espalda. Un chasquido era un golpe a una barrera invisible que yo te obligué a vestir. Quisiera que este dolor fuera producto de haber labrado la tierra, de haber reparado relojes, de haber cortado cabello, de haber escrito una novela, de haber tocado miles de melodías en un piano, de haber acariciado la espalda de un gato manso sobre mi regazo… pero no, me duelen porque no sacié la sed que tenía de tu tacto. Me duelen porque no toqué tu piel, me duelen porque justo ahora te veo cruzar el umbral y mis manos quieren sujetarte, no sé si para hacer tiempo para pedirte que te quedes o para sentir el calor de tu piel por última vez.
El Festival Internacional de Pitic 2017 se caracteriza por la inclusión de diversas presentaciones culturales, desde danza, hasta teatro, literatura, música y más. Esta vez no fue la excepción y vaya joyas que me encontré en su sede de la Casa Hoeffer. «Los caminos interminables del lenguaje: plática entorno al libroobjeto» impartida por Verónica Gerber Bicecci, José Manuel Suárez y Judith Ruíz Godoy; «Horror al vacío» impartido por Ricardo Sánchez Riancho y Arturo Delgado y «El efecto mariposa: poesía y traducción» impartido por Hernán Bravo Varela; estas fueron algunas de las charlas que se presentaron en esa sede y «estuvieron geniales» sería una frase que le quedaría corto. Pláticas entorno a la literatura contemporánea, al arte contemporáneo, poesía, traducción y hasta una plática improvisada sobre editoriales y el trabajo del editor. Sin duda, desde mi punto de vista como estudiante de literatura, la información que rescaté de estas charlas fueron muy valiosas. Esta entrada contiene una lista de lecturas que le solicité a José Manuel Suárez, maestro de literatura y arte en la Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México. José Manuel Suárez se mostró muy amable y me hizo llegar esta lista y específica en su correo que «resalta de otro color las lecturas de autores mexicanos que actualmente escriben y que vale la pena leer»; en este caso, esta entrada resalta a esos autores de color naranja/café (no sé que color sea exactamente). Espero que puedan sacarle mucho provecho a esta lista tal y como lo haré yo. En mi caso, esta lista podrá ayudarme a obtener mayores referentes de autores mexicanos.
Clásicos grecolatinos imprescindibles en el acervo de un lector respetable
Leer a: Homero, Hesíodo, la poesía de Safo, Esopo, Sófocles, Aristófanes, Esquilo, Eurípides, Catulo, Plauto, Tibulo, Petronio, Horacio, Virgilio, Ovidio.
Clásicos (no grecolatinos) imprescindibles en el acervo de un lector respetable
La balada de los arcos dorados. César Silva Márquez
La noche de los alfileres. Santiago Roncagliolo
El cuerpo expuesto. Rosa Beltrán
La otra cara de Rock Hudson. Guillermo Fadanelli
Ensayo sobre la ceguera. José Saramago
Salón de belleza. Mario Bellatin
Nostalgia de la sombra. Eduardo Antonio Parra
La transmigración de los cuerpos. Yuri Herrera
La fiesta del Chivo. Mario Vargas Llosa
Fantástico, terror, ciencia ficción, libros extraños
Máscara. Stanislaw Lem
Toda la sangre. Bernardo Esquinca
Mar Negro. Bernardo Esquinca
Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina. Liudmila Petrushévskaia
El país de las últimas cosas. Paul Auster
Árboles petrificados. Amparo Dávila
La cresta de Ilión. Cristina Rivera Garza
El animal sobre la piedra. Daniela Tarazona
Limbo. Agustín Fernández Mallo
Nocilla Experience. Agustín Fernández Mallo
Confabulario. Juan José Arreola
La torre y el jardín. Alberto Chimal
Flores. Mario Bellatin
No tendrás rostro. David Miklos
Señales que precederán al fin del mundo. Yuri Herrera
Pájaros en la boca. Samantha Schweblin
Ornamento. Juan Cárdenas
Ciudad Fantasma I y II. Antología de cuentos fantásticos y de terror (compiladores: Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte)
Cuentos de Nathaniel Hawthorne, Edgar A. Poe, Cortázar, Jorge Luis Borges.
Contemporáneos imprescindibles en el acervo de un lector respetable
El libro de la risa y el olvido. Milan Kundera
Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Herta Müller
La bestia del corazón. Herta Müller
La piel del zorro. Herta Müller
Purga. Sofi Oksanen
Conjunto vacío. Verónica Gerber Bicecci
Antes que anochezca. Reinaldo Arenas
Yoro. Marina Perezagua
La fila india. Antonio Ortuño
Nada. Jane Teller
Nadie me verá llorar. Cristina Rivera Garza
El cuerpo en que nací. Guadalupe Nettel
Después del invierno. Guadalupe Nettel
Canción de tumba. Julián Herbert
Educar a los topos. Guillermo Fadanelli
El hombre nacido en Danzig. Guillermo Fadanelli
Al final del periférico. Guillermo Fadanelli
Los últimos hijos. Antonio Ramos Revillas
Muerte en la rúa Augusta. Tedi López Mills
Autorretrato de familia con perro. Álvaro Uribe
Farándula. Marta Sanz
La corte de los ilusos. Rosa Beltrán
El vampiro de la colonia Roma. Luis Zapata
El lugar sin límites. José Donoso
Señorita México. Enrique Serna
La doble vida de Jesús. Enrique Serna
Te vendo un perro. Juan Pablo Villalobos
Umami. Laia Jufresa
La marrana negra de la literatura rosa. Carlos Velázquez
Los ingrávidos. Valeria Luiselli.
Todo nada. Brenda Lozano
Había mucha neblina o humo o no sé qué. Cristina Rivera Garza
Fuga en Mi menor. Sandra Lorenzano
Agua corriente. Antonio Ortuño
Temporada de huracanes. Fernanda Melchor
El buscador de cabezas. Antonio Ortuño
Tela de sevoya. Myriam Moscona
No voy a pedirle a nadie que me crea. Juan Pablo Villalobos
El amor es hambre. Ana Clavel
Poetas
Rubén Darío, Pablo Neruda, Wislawa Szymborska, Marina Tsviétaieva, Anna Akhmatova, Emily Dickinson, Rilke, Ezra Pound, T.S. Eliot, Fernando Pessoa, Juan Gelman, Juan Ramón Jiménez, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Gorostiza, Yeats, D.H. Lawrence, William Blake, E.A. Poe, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, Federico García Lorca, Cernuda, Pedro Salinas, Josefina Storni, José Emilio Pacheco, Myriam Moscona, Tedi López Mills, Hernán Bravo Varela, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Abigael Bohórquez, e.e. Cummings, William Carlos Williams.
PD: Aprovechar la disponibilidad de personas como José Manuel Suárez puede darnos la oportunidad de ver lo que nos gusta desde otra perspectiva. En este caso él como docente y yo como estudiante, vagamos por los caminos de la literatura y que coincidimos en el punto de lector junto a muchas personas más. Por mi parte les recomiendo que sea cual sea su gusto artístico, aprovechen este tipo de espacios para acercarse a las personas que asisten a estos eventos para compartir un poco de su tiempo y conocimiento.
Luis había salido con aquella anciana ya varias veces, quizás mucho más que “varias veces”. Pero ese día le diría que ya no podía continuar viéndola. Las citas habían sido las suficientes para conseguir lo que necesitaba y salir del país. Luis sentía que todo sería más fácil debido a que la hija de la anciana regresaba de Venezuela, de esta forma él no tendría que lidiar con los reproches o peor aún, con el infarto que le podría dar a la vieja. Aunque él a veces pensaba que un ataque cardíaco sería poco probable, creía que algo así pudo haber sucedido durante los múltiples encuentros sexuales que tuvo con ella. Si no tuvo ningún ataque entonces ¿por qué lo tendría ahora? Una risa burlona se le escapó; a veces sonreía ante su propio cinismo.
Ese día había citado a la anciana en el café donde la conoció. Tenía planeado decirle que se iba a México porque se había ganado una beca en alguna universidad. Él allá empezaría otra vida, había contactado a personas que le aseguraban un buen estatus económico. Se imaginaba las playas, la comida, las fiestas, las noches y mujeres que gracias a dios, serían de su edad. La anciana no era mala en la cama y eso le perturbaba un poco. Pero Luis estaba agradecido por lo fácil que era persuadirla, un susurro en el oído bastaba y una caricia en el cabello blanco despejaba toda duda restante. Sonrió.
Contemplaba su café latte cuando escuchó las campanitas de la puerta del local; al fin llegó. Sabía que era ella porque se oían murmullos de meseros que detienen la puerta. La anciana se apoyaba con la ayuda de un mesero y una joven. Cuando se acercaron a su mesa, Luis se levantó a ayudar y cuando llegaron le dio una moneda a la joven y al mesero. La joven era muy hermosa y lo único en lo que Luis pensó era en la idea de conocer mujeres tan bellas como esa joven gentil. La muchacha sonrió y eso le tomó por sorpresa; a la sonrisa le siguió un destello de risa desmedida, detrás de él la anciana también reía. Luis estaba confundido.
—Luis, ella es Diana, mi nieta.
Luis se mordió el labio del nerviosismo. Por un instante transportaba su mirada de la anciana a la joven y para cortar la incomodidad: sonrió. No ignoraba la belleza de la nieta, se saludaron formalmente y las sonrisas nerviosas por parte de ella era una reacción a la cual él estaba acostumbrado, pero se dio cuenta de un nerviosismo extraño de parte de él que intentaba ocultar. Finalmente se sentaron, Luis no podía evitar dirigirle la mirada a Diana y todo estaba bajo un silencio que la anciana interrumpió
—¿Qué era eso que querías decirme, Luis?— dijo la vieja mientras tomaba a su nieta de la mano.
Luis salió de su trance y se molestó consigo mismo ante su testarudez que al parecer la causaba gracia a la joven. Luis retomó compostura y de forma seria, miró fijamente a la anciana.
—No, no era nada importante. Sólo quería… – volteó a ver a la joven y una sonrisa se dibujó en su rostro-… sólo quería verte y charlar.
pexel.com
Esta fue una dinámica para mi clase de Taller de composición. El maestro número cada letra del abecedario y debíamos sumar las cantidades y en un tablero, cierto número venía con la características de un personaje. El mío: trepador social/ paranoico. Puede que lo primero lo haya logrado plasmar, pero lo segundo, mmmmeeeee.
¡Gracias por leer!
PD: Originalmente Luis estaba tomando un café americano, pero la foto que encontré en Pexel, que es el servicio de imágenes libre de derechos de autor que uso; tenía la imagen de un hombre con un latte, así que lo cambié.
─ ¡¿Quién te manda a andar de lambiscona?! Ser la favorita no tiene tantos beneficios, mija”
Bere estaba celosa, sabía bien que los beneficios son muchos. Carlota no me entregaba a cualquier hombre; constantemente recibo obsequios de su parte y hasta me involucraba en el proceso de selección de las chicas nuevas. Esa noche Carlota tenía una migraña horrible; pensó que había perdido el portafolio con los archivos de las niñas nuevas y de la preocupación, la cabeza le empezó a doler de manera incontrolable.
─Quiere que vayas tú. Ten─ me dijo Bere mientras me pasaba el portafolio─ tápate y vete con cuidado.
Por más celos que me tenga, por más molesta que esté conmigo, admito que Bere siempre se ha preocupado mucho por mí. Tomé mi chaqueta negra de piel, mínimo iría un poco abrigada en la parte de arriba porque el vestido corto que traía puesto no sería de ayuda. La casona no estaba tan lejos, entiendo que a Carlota se le haya hecho fácil pedir que le llevara los archivos. Deseaba poder camuflajearme con la noche, al fin y al cabo iba toda de negro. Luego noté mi pinche vestido lleno de lentejuelas brillantes que pedían a destellos que alguien llegara a violarme en la noche. Intente tranquilizarme y retomar la compostura. Venía pensando en los charcos por los que saltaba y en lo buena que soy para usar tacones, pensaba en las luces de los semáforos con gotas de pos lluvia en sus reflectores, pensaba en los ladridos y en los animales sin casa que dormían en las banquetas. Pensaba en casa cuando sentí como un auto empezaba a seguirme. El motor me gruñía, ese gruñido inigualable; era el pinche Sergio en su Lobo. Intenté acelerar el paso pero resultaron intentos vanos; Sergio me alcanzó y sin detener el auto continuó siguiendo el ritmo de mis pasos. Bajó el vidrio del auto.
─ ¿A dónde la llevas, lindura?
Qué hombre tan chocante. No sé por qué lo hice pero le explique sobre las fotos de las chicas nuevas que Carlota seleccionaría. Pensé que tal vez eso haría que me dejara en paz. No fue así.
─ ¡Si ya le dije a la pinche vieja esa que te quiero a ti chingados!─ me sonrió, desafortunadamente lo pendejo no le quitaba lo guapo─ ¿por qué se complica, eh?
Lo ignoré y eso no le gustaba, pero él insistía. En otro universo si el Sergio fuera menos lo que intenta creerse, tal vez sí me iría con él.
─ ¡Dianita, súbete, yo te llevo!─ Seguí ignorándolo. Así continuó por largo rato. Pensé que nunca se cansaría.
─ Pinche puta difícil ─ evite reaccionar ante el comentario─ a ver a qué hora llegas ¡Eres mía, Diana!
El sonido ensordecedor del motor de su lobo me hizo dar un pequeño salto y un grito ahogado. Vi como aceleró y daba vuelta hacia la calle de la casona. Tal vez iría a quejarse con Carlota.
Sergio siempre había tenido un interés por mí, pero lo corrompieron de la manera en la que solo el dinero sabe hacerlo. Dice que lo había hecho por mí. Si acaso llegue a sentir algo por él, ahora era imposible encontrar siquiera el interés en platicar con él.
Yo llegué a la casa y el alivio llegó a mí. Con las uñas que Carlota me mandó hacer, toque el altavoz y el timbre. Amaba la casa de Carlota.
─ Señora Carlota, soy Diana. Le traigo los papeles que me pidió.
─Adelante, Diana…─ Enseguida se escuchó cómo el seguro se quitaba de la puerta y se dejaba oír un zumbido. No pude evitar notar algo extraño en el tono de Carlota.
Cuando entré a la casa, todo parecía estar en orden. Llamé a Carlota pero no hubo respuesta. Luego oí a Carlota diciéndome que fuera a su habitación. La migraña de seguro la estaba matando. Lo bueno que ya le había traído lo que necesitaba; consideré quedarme para atenderla y ver en qué podía ser de ayuda. Caminé por el pasillo, algunos de los cuadros estaban en el suelo; los coloque de nuevo en su lugar. Escuché un zumbido. Llegué a la habitación y entré.
─Acércate, Diana. Acércate, por favor Diana… Acércate, Diana.
─Carlota ya no se preocupe, aquí le traigo lo que me pidió─ dije mientras colocaba el portafolio en una mesita de centro─ ¿cómo sigue?
Me había quedado parada, Carlota estaba recostada en esa gran cama. Sonreí y me acerqué.
─Acércate, Diana. Acércate, por favor Diana… Acércate, Diana.
─No se preocupe Carlota─ me senté en la cama─ sabe qué, le traeré un té.
Iba a hacerlo pero Carlota insistía en que me acercara. Caminé hacia la cabecera de la cama y la vi. De inmediato me quedé helada. Carlota seguía insistiendo que me acercara, pero sus labios no se movían. Comencé a temblar y de forma instintiva, descubrí su cuerpo. La cama estaba empapada de sangre y justo a un lado de ella había un celular reproduciendo una grabación que insistía que me acercara. Quería gritar pero no podía. Me arrodillé en la cama y empecé a llorar. Me estaba quitando la chaqueta pero me detuve de inmediato, sentí algo en la nuca. Sabía lo que era, no había sido la primera vez que me ponían un arma en la cabeza.
─No te la quites, la vas a necesitar─ era Sergio, pero su tono de voz era un tono que jamás había escuchado venir de él; Sergio lloraba─ perdón, Diana.
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─Así pasó, es lo que recuerdo. No, no quiero hablar de lo demás.
─Tenemos que escuchar su testimonio, señorita. Tenemos que saberlo todo.
─ ¡Si ya lo saben! ¡No veíamos películas, no hablábamos de amor, no hacíamos el amor! ¡El pendejo me violó no sé cuántas veces! ¡El hijo de su puta madre se lo merece!─ me jalo los cabellos y volteo a ver a todos; detengo la mirada en uno de los oficiales, nunca olvidaría su rostro─ Sólo me muero del puto coraje que no haya sido yo quien lo mató.
O. M.
Este ejercicio lo hice en clase de composición. El maestro hizo que exploráramos el cuento de Caperucita Roja, pensáramos en otro color y elaboráramos otra historia con base en ese color pero manteniendo la premisa original ¡Muchas gracias por leer!
La carencia de ruido se vuelve un verdadero agobio después de tanto tiempo. Ella ya había visto mi mensaje hace diez minutos, nunca tardábamos más de cinco minutos en contestar, a menos que ya nos hubiéramos despedido. Decidí poner mi celular en modo de vibración. El silencio de la habitación cesó y los zumbidos me anunciaban un nuevo Me gusta en Instagram, un retuit en Twitter y más zumbidos para cada Me gusta del meme que había compartido en Facebook; pero ninguno fue señal de respuesta al mensaje anterior que le había mandado. Doce minutos ¿le habrá pasado algo? ¿Estará con alguien más? Solo le había preguntado que sí qué pasaba. Quince minutos y le mando un emoji con cara de sorpresa o asustado, tiene forma de tener ambas expresiones. Mi post alcanzó más Me gustas que de costumbre, mi tuit se volvió viral, la foto de Instagram, esa mejor la borré. Eliminé la foto porque ya habían pasado treinta minutos y apenas llevaba cien Me gusta. Era una buena imagen; recuerdo que le pedí que ella me diera un beso en la mejilla mientras yo tomaba la foto. Aunque el ángulo en la que ella salió no se veía tan bonita, tal vez esa era la razón por la que la foto no había gustado. Fueron veinticinco minutos después cuando oí un zumbido y el sonido de una campanita, era ella. Su mensaje:
Hundido en zumbidos llegó la carencia de ruido.
Este cuento tiene un principio prestado por uno de mis compañeros. En la clase de composición cada alumno debía llevar cinco principios y después la dinámica consistía en que esos principios iban a ser repartidos a un compañero distinto del salón. El alumno debía elegir uno de los cinco principios nuevos que recibió.